Hay que reencontrarse con los metales: con la dureza pero con la calidez, con el brillo y su oscuridad, con su valor y maleabilidad. Ser metal es sujetar el tiempo y casi convertirte en eterno.
Es ser flexible y duro a la vez, suave pero contundente, blando y suave al tacto pero rompedor si chocas contra algo rígido y crudo.