Los gestores del Castillo de Versalles presentan la estética artística de la factoría de juguetes de plástico reproducidos en serie, abriendo sus salones al artista japonés Takashi Murakami, esperando conseguir un éxito de público a la altura de las necesidades de la institución, que cuenta con un buen número de protestas en contra de la degradación del presunto valor histórico y artístico de Versalles, al que le niegan el honor de poder albergar Arte Moderno, aunque sea para suscitar el interés de un público atraído con el señuelo del «escándalo». En 2008, Versalles se abrió a Jeff Koons, que plantó en el antiguo dormitorio de Luis XIV una «estatua» en plástico y colorines, glosando las proezas «eróticas» de su ex pareja Cicciolina, actriz porno, cantante y política italiana de origen húngaro.
Tras aquel «soponcio», fue Xavier Veilhan quien presentó sus trabajos en Versalles, en 2009, en los alrededores, evitando la polémica, en detrimento de la caja e ingresos económico del consorcio que rige los destinos de la institución. En 2010 era imprescindible y urgente lanzar una nueva operación de marketing y atracción de turistas. Ahora es Murakami que ofrece al Palacio de Versalles ventajas excepcionales: su factoría artística, la Kaikai Kiki Corporation, con sedes comerciales e industriales en Tokio, Nueva York y Los Ángeles y que ya trabaja con varias firmas francesas de gran lujo, que continúan vendiendo y distribuyendo los juguetes concebidos por el creador, producidos en serie. Murakami ha realizado especialmente para la exposición de Versalles varias obras, destinadas a los grandes inversores, que más tarde podrán o no reproducirse en serie.
¿Es Arte o es artesanía?, ¿merece Versalles dedicar espacio a este tipo de trabajos?, ¿se debe rentabilizar de todas las formas posibles estos espacios para poder seguir teniendo vida e ingresos suficientes?. Son preguntas complicadas.