Tengo al perro a mi lado. Me habla y se queja. Me pide salir a la calle. Me habla con varios tonos. Es un perro muy serio que pide lo justo, es decir casi siempre. Mi perro habla mucho. Más que algunas personas. Pero en un idioma que sólo entendemos él y yo. Las personas hablamos del silencio, desde el silencio, pero a veces también desde la excesiva verborrea, desde la pérdida de control, o con una tontería no escondida. Es complicado saber medir bien el silencio, estar callado cuando hay que escuchar, hablar medido cuando esperan una frase corta, tener discurso cuando esperan soluciones, párrafos ajustados cuando esperan conseguir respeto. Es malo no estar a la altura de la palabra esperada. Pero peor es hablar demasiado. Mi perro ya se ha callado. Se ha dado cuenta de que no tengo ganas de hablar con él. Le debo una atención pedida y perdida. Me voy con él a pasear.